OCULTAMIENTOS, PRESENCIAS Y PRESAGIOS
Hay un momento incierto, oculto durante el proceso pictórico, en que Víctor Mahana decide dotar de camuflaje a las superficies que constituyen los límites en sus lienzos. Más allá de los muros, las fachadas, las piscinas, como representación de elementos estructurales de división entre dos espacios (un dentro y un fuera),
donde ciertamente acontece la textura y el ritmo (brillos, espesores, reflejos) hay un constante estado de borde. Una alarmante situación de límite. Hay una eminente situación de precipicio en sus pinturas, en que se debate por aparecer (ya protagónico, ya secundario) el vértigo. Ese esquivo instante de tensión entre un lugar y otro. Este es, curiosamente también, el secreto de aquello que se camufla. La capacidad de un ente, de coexistir en dos sitios distintos. Un poco, el truco del engaño a la vista, que se reinventa cada vez, superándose a sí mismo, trasladándose a nuevas e inesperadas interfaces.
Díganme: ¿Quién veía venir ese conejo de píxeles detrás de la cama, quién? Son los fenómenos que genera la adaptación al medio. Esta es, justamente la condición de algunos privilegiados elementos a permanecer (aún en la misma naturaleza) indistinguibles de su entorno, a convertirse en algo así como entes fantasmagóricos.
Presencias inadvertidas destinadas a evidenciar, latentemente, otras presencias. Engaño y mimesis, otra vez en el límite de lo posible.
Pero más allá de ese juego de ocultamientos y presencias que tan sutilmente inunda particularmente el cuadro, el cuadro a cuadro, todos los cuadros, la muestra entera, “Utopía”, volvamos al instante en que el autor le otorga esa posibilidad de coexistencia a las superficies en sus lienzos. Decía antes que se trata de un momento
incierto, porque no estoy muy seguro si los dota con esta capacidad de encubrirse, en un momento previo al encuentro del pincel con la tela, o bien, una vez que estos se enfrentan.
Reconozcamos en el proceso de construcción del cuadro de Mahana, dos etapas. Una primera: instintiva, animal, de cacería de imágenes que realiza el pintor afuera, en terreno, cámara en mano, capturando distintos fenómenos anómalos que atrapan su atención. Luego, con este catastro de rarezas elabora una biblioteca de imágenes, un banco de singularidades visuales que ya configura el universo pictórico del artista. Y un segundo nivel: más racional, de trasvasije de esa realidad al lienzo, el acabado y sutil proceso de llevar a la tela (ya en el interior del taller), aquellas impresiones cautivas en fotografías. Lo curioso es que, aún en este proceso no hay pérdida, si no, ganancia. Mahana hoy ha logrado un dominio del color que bien podría dotar de vida a algo inerte. Aunque quizás esta afirmación vaya demasiado lejos para los efectos analíticos de un texto, pero luego, quizás no. Insistamos en que no, volvamos a su obra. ¿No es el caso concreto el espesor del follaje en sus cipreses? ¿No aparece en la iteración del pincel, ahí en medio de la textura de verdes, unaliento vital? ¿En la multiplicidad de colores, en su insistencia, un ápice de existencia? Estoy hablando de la tela, del mundo que está ocurriendo microscópicamente en el interior del lienzo. Estoy hablando de la técnica, estoy hablando del logro pictórico, de la chispa capital que reside en cada uno de estos cuadros. Lo cierto es que el camuflaje, es por decirlo, una virtud menor dentro de sus nuevas pinturas. Lo cierto es que queda en evidencia, que técnicamente ha caído en manos de Mahana, fruto del trabajo incesante, la posesión de un secreto propio del oficio. Desde su consistente muestra en “La Isla”, su anterior exposición, hasta ahora, el salto ha sido brutal. Elegante, pero feroz y definitivo.
Lo cierto es que la presencia humana va agotándose, que los escenarios se van aproximándose a la estrechez del encierro, a la agorafobia del interior, al claustro. Al roce, al enfrentamiento frontal, a la inminente y silenciosa batalla de dos fuerzas. Al angustiante pasillo sin salida, pero con vista al mar. A la paradoja de estas situaciones tan infinitamente posibles. Yo percibo un nivel de sintonía a lo largo de la muestra que vibra finamente, retumba leve. Algo bastante perturbador. Es como cuando el día está extraño. Es como cuando los animales detectan una contrariedad en el clima y se alteran. Es como el zumbido que antecede a una catástrofe, preso, latente, vigilante, alerta, camuflado en cada uno de estos lienzos. (Está ahí, en los cuadros de Mahana).
Juan José Richards E.
Master in Creative Writing in Spanish at New York University.
Juilo 2007